Los tratados desiguales no solo fueron considerados injustos por muchos chinos, sino que provocaron el rechazo hacia el gobierno imperial, cuyo prestigio había comenzado a decaer tras la derrota ante británicos y japoneses. A esto se le sumó la llegada de misioneros occidentales que eran tratados igual que a un gobernador local.
Cuando las autoridades locales fallaron a favor de los misioneros, los bóxers se sublevaron y atacaron la iglesia. El conflicto finalizó cuando el gobierno chino se comprometió a ejecutar a los oficiales implicados en la revuelta, pagar reparaciones de guerra, conceder más ventajas comerciales y permitir el estacionamiento de tropas en tierra.
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